Hace unos días, escribíamos en el blog sobre las poblaciones “invisibles” de la epidemia. Aquellas que, siendo muy vulnerables por sus situaciones de discriminación, desigualdad, ausencia de recursos o de información adecuada son precisamente las que menos voz tienen y a las que menos atención les damos desde las organizaciones y desde la administración. Por supuesto, todas las personas que viven con el VIH merecen la misma atención y el mismo respeto. No sólo porque quisiera pensar que hemos superado aquella diferenciación obscena y absurda entre “victimas inocentes” y “las otras víctimas”. Y desde luego, todas las poblaciones que por su situación de desigualdad son vulnerables merecen ser tenidas en cuenta y ser escuchadas, así como que se destinen recursos informativos, de apoyo y sociales para acabar con esa desigualdad y mitigar esa vulnerabilidad.
Siempre que hablamos de SIDA en el primer mundo hablamos mucho de los jóvenes y los adolescentes; nos preocupa porque están en ese proceso en el que todo lo que reciban acerca del sexo, de la vivencia de las relaciones sexuales va a marcar su sexualidad. También hay datos alarmantes como el índice de ITS en jóvenes y el número de interrupción de embarazos que nos están diciendo algo. Pero lo cierto es que cuando uno deja de ser joven pareciera que ya no necesita recibir atención por parte de las campañas de prevención; todos esos ex jóvenes, de todas las orientaciones sexuales, que hemos crecido en un contexto donde la educación sexual era más bien “educastración” y genitalidad pura y dura. ¿Quién se acuerda, por ejemplo, de hacer prevención específica para hombres heterosexuales que no sean usuarios o ex usuarios de drogas? Porque pareciera que la “perspectiva de género” muchas veces se limitara sólo a hacer trabajo con ellas (lo que por otro lado, es vital, desde luego). Bien es cierto que precisamente los hombres heterosexuales son quizá la población menos "excluida", pero no es menos cierto que el modelo de masculinidad en nuestro mundo actual está en crisis y muchos hombres carecen de referentes sobre como construirse como hombres en un mundo más igualitario y justo.
Los datos de nuevos diagnósticos de SIDA sugieren que gran parte de las infecciones tienen lugar durante la vida adulta, cuando la adolescencia ya quedó atrás… ¿Alguien se ha fijado en la ausencia de los mayores en la práctica totalidad de las intervenciones de prevención? Estos mayores, los gays por ejemplo, que se han tragado con lágrimas y sufrimiento la peor parte de la epidemia, la de los inicios, la de la falta de esperanza, la de ver morir a amigos, compañeros, amantes, parejas… y a quienes ahora no sólo les hemos excluido de los mensajes preventivos. Les hemos excluido de todo; del ambiente, de los espacios de socialización. Y esa exclusión es la que les hace de nuevo vulnerables. Estamos reforzando mensajes peligrosos: no hay lugar para ellos, no apoyamos su autoestima… ¿por qué habrían de cuidarse? Podríamos hablar y os animo a que lo hagáis en comentarios sobre otras poblaciones invisibles entre los invisibles. Algunas que me vienen a la mente son los inmigrantes, los discapacitados…
Alberto Martín-Pérez
Vicepresidente y coordinador comisión de salud de COGAM